En las sociedades modernas se ha vuelto de moda acudir al médico de cabecera y salir de su consulta con alguna receta de medicamento. Eso nos hace vivir el día con tranquilidad. Pero lo que no sabemos es que, con ese pequeño gesto de ir hasta la farmacia, tender la receta a quien nos atiende en dicho establecimiento y confiar plenamente en el producto que nos dan, sin interesarnos, siquiera un ápice en conocer las indicaciones del medicamento nos puede estar poniendo en peligro.
Se nos dice por parte de los médicos o de los dependientes de la farmacia, que leer el librito de notas, el prospecto, no se hace necesario. Es más, si usted es un consumidor de cierta edad, o si su vista ya no es la que era ni lo intente, aunque quizá con una lupa de aumento lo consiga. Una vieja estrategia de Marketing global, para desanimar a propios y extraños.
¿Cree usted que el médico o el farmacéutico tienen claro que esa medicina les puede curar?
Para obtener una respuesta me he ido a un libro que cayó en mis manos hace unos días, editado por Península, en España: Crónica de una sociedad intoxicada. Su autor Joan-Ramón Laporte. Nace en Barcelona en 1948, a la sazón cuenta con 76 años, ahora dedicado a la investigación, fue catedrático de Terapéutica y Farmacología clínica en la Universidad de Barcelona y jefe del servicio de farmacología clínica del Hospital Vall d’Hebron de la misma Ciudad Condal. Además, a lo largo de su carrera fundó el Instituto Catalán de Farmacología, escuela de grandes profesionales y promovió la creación de diversas sociedades científicas y redes de investigación de ámbito nacional e internacional en Europa y América Latina, entre otras muchas cosas. Por lo tanto, a mí me parece una voz experta para poder contestar la pregunta anterior.
Sin adentrarme en el libro, el cual todavía debo confesar no haber “destripado”, “subrayado” y estudiado como merece, creo que aprovechando la generosidad de sus años de experiencia me van a permitir reproducir parte de los dos primeros párrafos de la introducción del mismo libro, que por cierto nos deja muchas puertas abiertas para seguir indagando.
“…En 2022 los médicos españoles hicieron 1.100 millones de recetas de medicamentos. De cada 10 personas, tres toman un fármaco para dormir o para la depresión, dos o tres toman omeprazol, y dos un medicamento para el colesterol. El consumo se concentra en las personas mayores y en las más pobres. Las mujeres reciben el doble de psicofármacos que los hombres. Los más pobres ocho veces más que los más ricos. Las personas mayores siete veces más que los adultos más jóvenes”.
¡1.100 millones de recetas en 2022! Sólo en España.
Según las palabras de Joan-Ramón Laporte, está claro que existen medicamentos que, utilizados en un momento concreto, nos van a aliviar el dolor, “curar” una enfermedad y aliviar sus síntomas…Pero también pueden causar una nueva enfermedad.
Las series sobre médicos y hospitales, sobre todo en EE. UU., ponen de manera permanente el ojo sobre esta cuestión. ¿Cuántas veces un médico eficiente, integro y cuyas comisiones por recetar según que tratamientos no deben ser excesivamente altas, ha descubierto una sobremedicación en un paciente y ha tratado de remediarlo? ¿Cuántas veces el sistema sanitario basado en el consumo, le ha dejado hacerlo?
Somos más rentables para la industria farmacéutica mientras tomemos más medicamentos. Independientemente de si nos curamos o no. Es más, las farmacias domésticas escondidas en los cajones de las mesillas o en las alacenas llenas de pastillas, jarabes, etc., son una cuenta corriente donde el Estado echa el dinero de nuestros impuestos. La curiosa y malsana sensación de que todo es gratis en el campo de la medicina es absurdamente mentira. Alguien paga y si lo hace el Estado, lo hacemos nosotros.
Joan-Ramón Laporte, en su libro antes mencionado comenta: De hecho, sufrimos una epidemia de silenciosa de efectos adversos de los medicamentos, que en España son causa de más de medio millón de ingresos hospitalarios y como mínimo 16.000 muertos al año, así como decenas de casos de enfermedades tan variadas como hemorragias graves, fracturas de fémur, neumonía, cáncer, violencia y agresión, suicidio, infarto de miocardio y otras enfermedades cardiacas, ictus, demencia y enfermedad de Alzheimer,…
Todo lo reseñado con anterioridad está escrito entre las contraindicaciones de muchos de los medicamentos que tomamos. Y si hacemos caso a las palabras escritas del experto, a ¿quién debemos culpar por el medio millón de ingresos hospitalarios debido a la mala gestión (preocupación) que hacen los médicos de los fármacos que nos recetan? Y sobre los 16.000 fallecidos, muertos al año, ¿quiénes son los responsables?
Si estuviéramos hablando de criminalidad en el campo de la seguridad policial y nos dieran una cifra como ésta, unos datos como estos, con quinientos mil heridos y una escandalosa cifra de fallecidos estaríamos hablando de la negligente actitud de nuestros cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. ¿Por qué no hacer lo mismo con nuestros médicos?
Creo sinceramente que los galenos honestos, deben ser los primeros en poner en tela de juicio el sistema sanitario que nos rodea, he intentar modificar su actitud, cómoda, tanto personalmente, como gremialmente, con el entramado industrial que existe detrás de la pastilla que el consumidor final se toma. Las industrias farmacéuticas no son angelitas de la caridad como se demuestra cada día en los cientos de millones que pagan por negligencias en todo el mundo y por las cuentas de resultados que a la vez presentan, donde han ingresado miles de millones a costa de hacer de los consumidores adictos.
Revise los medicamentos que toma y no dude en hablar con su médico sobre las contraindicaciones de estos. Y si ve que toma muchas pastillas, busque una segunda opinión y vaya bajando sus dosis poco a poco, con ayuda de expertos, con el fin de intentar salir de una rueda que como bien le indican deja 16.000 muertos al año y medio millón de ingresos hospitalarios, según las palabras de un experto como el Farmacólogo Joan-Ramón Laporte.