El pasado 13 de julio de 2024, el candidato republicano a las elecciones norteamericanas Donald Trump sufría un atentado en Butler, Pensilvania, mientras realizaba un discurso frente a sus enfervorecidos seguidores de la Convención Republicana en ese estado.
Thomas Matthew Crooks, disparo un fusil semiautomático desde una posición cercana al lugar del mitin, hiriendo a varias personas que se encontraban escuchando al candidato Trump, al propio expresidente y matando a uno de los espectadores. Su intención, perpetrar un magnicidio en la persona de Donald Trump, a quien, por azares del destino sólo hirió en la oreja derecha, al estar girando en ese momento la cabeza para mirar a una de las zonas de la galería donde estaban los seguidores.
El Servicio Secreto americano enseguida resolvió el incidente con resultado de muerte para Thomas. Desde el primer momento se culpó a dicho cuerpo de escolta policial y en su defecto a la persona que dirigía en ese momento el operativo. Hasta aquí, con todos los análisis posibles, los hechos.
Sin embargo, nada más ocurrir el atentado y salir ileso, el propio Trump declaró que su salvación había sido un milagro y no fruto del azar. Dicho expresidente, que en muchas ocasiones aparece públicamente con una biblia en la mano, no dejó de expresar en ningún momento que gracias a su fe en Dios se había salvado de tan terrible desenlace. Cierto es que fue providencial su giro de cabeza, y si yo fuera un creyente radical, muy probablemente tendría esa misma visión. Sin embargo, mezclar la velocidad con el tocino, es decir, la política y la religión, siempre es peligroso.
Trump, aunque es un enfervorecido presbiteriano, siempre aprovecha sus mítines para declarar que defenderá la libertad religiosa, algo muy de agradecer en una sociedad donde las creencias son el pilar de la sociedad en cualquier estado. Pero con respecto al atentado, es interesante observar como los grandes movimientos evangélicos americanos se comenzaron a movilizar para “elevar a los altares” al expresidente, a quien consideraron desde el primer momento salvado por la mano del propio Jesucristo.
Los movimientos fundamentalistas americanos sin duda ven cómo la mano de Dios les está proporcionando un carismático líder religioso, aunque su trayectoria vital haya estado siempre exenta de ciertos valores éticos y morales. Sin embargo, es de agradecer y lo escribo con respeto, que una sociedad pueda tener cohabitando tantísimas ideas religiosas sin menoscabo de las creencias de nadie.
Hace unos instantes hablaba con un profesor de la universidad de Oregón sobre dicho tema, y éste me comentaba que no debía idealizar dicha sociedad. Y le comentaba que no lo suelo hacer, pero en cuestiones de libertad religiosa nos encontramos a años luz de sus leyes federales sobre dicho tema.
La Biblia y los presidentes americanos siempre han estado muy cerca la una de los otros. El mismo Joe Biden es católico, practicante y contrario al aborto, aunque su postura dentro del partido demócrata siempre haya sido favorable a que sean las mujeres quienes tomen las decisiones que afectan a su propio cuerpo. Sin embargo, mucho más radical, el propio Trump se desmarcó en un cara a cara televisado que los inmigrantes acababan abortaban o que los asesinaban nada más nacer. Estas y otras palabras similares, le fueron reprendidas por los presentadores de dicho debate, lo que ayudó a la candidata demócrata Kamala Harris a subir en las encuestas, sobre todo en estados claves.
Pero la utilización de un libro religioso como la Biblia en los EE.UU. no es nueva. En la década de los 90, George Bush, cristiano renacido, concluyó para iniciar la invasión de Irak, que Sadam Hussein lideraba el reinado del mal, aunque lo más curioso es que el propio presidente de aquel país invadido, pensaba lo mismo. Aunque, desde siempre muchos líderes del Islamismo más fundamentalistas, sobre todo Chiitas, han identificado a Occidente como los reinos del diablo. Incluso el propio Reagan, después de haber salido vivo de su intento de magnicidio, acabó abrazando el slogan del imperio del mal. Eran tiempos convulsos y cercanos al final del milenio, y el libro del Apocalipsis hizo mucho daño en determinadas formas de entender el libro de los libros.
Así mismo, y más recientemente a Samuel Alito, magistrado del Tribunal Supremo, se le grabó afirmando que a Estados Unidos le vendría bien una vuelta al cristianismo más ortodoxo. Y aunque la primera enmienda de aquel país de países reconoce que todo el mundo tiene derecho a sus creencias, algunos estados como Luisiana están generando campañas para que los diez mandamientos bíblicos se expongan en todas las aulas y adornen vallas publicitarias en las calles, algo que sin duda viola la separación de poderes donde se expone claramente que los políticos no pueden imponer sus creencias religiosas. Sin embargo, en los estados del mal llamado cinturón bíblico, tales como Utah, Oklahoma, Texas donde se incluye a la propia Luisiana se ha tratado siempre de imponer un cierto orden cristiano, aunque al ser, los Estados Unidos tan garantistas, suelen prevalecer siempre las leyes federales que emanan de la Constitución de todos.
Podemos sin duda tener la sensación permanente de que la delgada línea entre la política y la religión es inseparable en aquel país, pero no cabe duda, las leyes federales que ahondan en la laicidad se muestran fuertes y resistes frente a cualquier atisbo de ser manipuladas, aunque las grietas existen y en cada comunidad generalmente se apuesta siempre por las ideas más predominantes.
El respeto a los derechos religiosos protegidos, en los Estados Unidos, por la Primera Enmienda, donde no permite al Estado adoptar ninguna ley para que esto suceda, ayuda a la convivencia de los más de 300 millones de ciudadanos que conviven bajo una misma bandera.
Texto de la primera enmienda escrita por James Madison aprobada el 15 de septiembre de 1791: El Congreso no podrá hacer ninguna ley con respecto al establecimiento de la religión, ni prohibiendo la libre práctica de la misma; ni limitando la libertad de expresión, ni de prensa; ni el derecho a la asamblea pacífica de las personas, ni de solicitar al gobierno una compensación de agravios.
La libertad de culto, y sobre todo la de no perseguir a quienes no tengan las mismas ideas que una gran mayoría, debería estar protegida por la ley. Algo que a pesar de ser así no se cumple en multitud de estados del planeta. En algunos de ellos, como aquellos donde Iglesia y Estado están imbricados, directamente se condena de manera explícita cualquier otro tipo de creencias y se vulneran los derechos humanos directamente. En otros, véase el caso de muchos países europeos, se persigue sin una argumentación sólida a determinadas organizaciones religiosas sólo por el mero hecho de pensar diferente, y ello se da en la actualidad en países como España, Alemania, Francia y algunos otros, contando con la aquiescencia de algunos medios de comunicación. Imaginamos que evolucionaremos positivamente cuando en Europa se aprenda a convivir como un solo estado en algunas cuestiones y que sus propias leyes se cumplan, sobre todo en el campo de la libertad religiosa y ahora también en el de la libertad de prensa.