Si no es desde la opinión, ¿desde qué otro punto de vista se puede acometer un breve acercamiento a la “animalización” de la mujer afgana en la cultura de la anulación que practican los Talibanes?
Eufemísticamente los miembros, siempre interinos, del Gobierno de facto de Afganistán, más bestias que personas, se han sacado una ley miserable denominada LEY PARA LA PROPAGACIÓN DE LA VIRTUD Y DE LA PREVENCIÓN DEL VICIO, a la que le han añadido un par de nuevas normas en estos últimos días: la prohibición de que las mujeres hablen en público y de que vayan con el rostro descubierto fuera de sus casas.
La Organización de las Naciones Unidas condena tajantemente dichas normas, la Unión Europea también, y cuales otros organismos a los que ustedes miren también lo hacen. Pero ello, ¿de qué le sirve a la mujer afgana?
Tratadas peor que los animales, en especial los caballos que montan los jefes tribales de aquellas tierras, la mujer afgana no existe. El paripé de llevar a las olimpiadas de París, ese deleznable espectáculo inaugural del que imagino deberé, también opinar algún día, a una representación igualitaria de tres hombres y tres mujeres, no engañó a nadie, pero la farsa bufa de París, donde “donde todos somos iguales en el deporte” permite tales anacronismos. Mientras Rusia (para nada confundir mi comentario con cierta benevolente complacencia sobre las acciones de Putin) no pude competir con ninguno de sus atletas debido a la guerra con Ucrania. Un conflicto que lleva enquistado en dicha zona desde hace muchos más años, que acarrea muerte y destrucción desde antes de que nos comenzara a interesar y que al final se resolvería con la cesión o el intento de cesión de un territorio que siempre se sintió ruso, permitió a una representación de Afganistán (igualitaria) exhibirse frente al mundo como un país donde hombres y mujeres son iguales. ¡Mentira!
Los Mohtasabeen, los responsables de hacer cumplir estas leyes en aquella tierra olvidada de dios, sobre todo para las mujeres, detienen y castigan, en ocasiones ferozmente a quienes incumplen dichas reglas, en aras de una inventada falsa moral que debe surgir de la relación tan estrecha que mantienen los hombres afganos con sus caballos, a los cuales cuidan más que a sus mujeres, elementos de monta y crianza, sin mayores intereses.
La famosa Sharia, que en mayor o menor medida rige en otros países musulmanes como Irán, Qatar y otros, prohíbe en aquellas tierras, que la mujer no pude ir con el rostro descubierto, ni ninguna otra parte del cuerpo cuando está en la calle o sitio público; la ropa con la que vistan, Burka, deberá estar hecha de ropa fina, que no trasparente, que no se ajuste y sobre todo que la oculten de una manera total. La mujer afgana no tendrá derecho a la educación, ni la más elemental; tendrá prohibido cantar. Así mismo no podrán mirar a nadie que no sea de su familia. No podrán usar teléfonos móviles con cámara y ver por ellos nada que atenta contra la moral de los talibanes. Los taxistas no podrán llevan a una mujer sola en su vehículo, y además tienen prohibido subir delante en un coche, aunque sea el familiar.
Y así podríamos seguir con un largo etcétera de prohibiciones o de las repercusiones que dichas prohibiciones tienen. El rostro de la mujer afgana será borrado en algunos años de las fotografías y no existirá para el mundo. Al ir con Burka y no tener derecho, una mujer afgana podrá ser golpeada y maltratada por su marido sin tener ningún derecho a defenderse, al no poder mostrar su rostro en público, no podrá mostrar los daños corporales que sufra. Una mujer afgana podrá ser asesinada por un talibán y ser sustituida por otra sin que nadie pueda tener derecho a rechistar.
Sin cultura, sin voz, sin rostro, ¿qué le queda a la mujer afgana? La sumisión total. No existe nada dentro de su entorno que la pueda sacar de él. Seguirá marginada de por vida. Morirá sola y será olvidada en un agujero inmundo cavado en la tierra. Será sin lugar a duda un genocidio permanente anclado en el silencio cobarde de quienes no parecen querer mover un dedo por lo que les ocurre, a ellas allí, y a otros muchas mujeres en otros tantos lugares del planeta.
En algunos estudios universitarios marcadamente ideologizados se culpa a este estatus de la mujer afgana a la “colonización establecida por la ocupación americana en aquellas tierras”, cuando la realidad es que, a pesar de las redes clandestinas de algunas mujeres que resisten, la mujer afgana, la niña afgana está siendo obligada a desaparecer de la sociedad. Y aunque se pueden citar algunos casos de mujeres que desde el exterior se promocionan como verdaderas luchadoras por los derechos humanos en aquellas tierras, la realidad es que desde el interior, al igual que ocurre en Irán con las mujeres, la libertad está reprimida y al albur de la mentalidad no ya machista, sino enferma, en una sociedad sin valores y anclada en una edad media regida por un clero guerrero, creyente en un dios que al parecer le otorgaría toda la potestad para someter a las mujeres en todos los ámbitos.
Podemos sin duda apuntalar el discurso entorno al imperialismo militar americano impulsado por Busch, pero no debemos olvidar que con anterioridad aquel país estuvo sometido a la influencia de la Unión Soviética quien también trato de imponer sus criterios socio políticos. En el caso del imperialismo americano al menos se debe reconocer el impulso de las acciones de igualdad que decayeron una vez se abandona el país. Los talibanes van devolviendo a las cavernas a las mujeres sometiéndolas en todos los aspectos de su relación social. Y la cuestión es: si son sometidas en público, la pregunta es ¿qué no sucederá en privado?
En un trabajo en 2022-2023 para el Anuario CEPAZ, el Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid José Miguel Calvillo Cisneros comentaba lo siguiente: “Los talibán justifican su política contra las mujeres en la tradición afgana, en una costumbre construida para ejercer una dominación absoluta de los hombres sobre las mujeres. Sin embargo, esta dinámica no es más que una consecuencia del delirio de los fundamentalistas que desean apartar a la mujer de cualquier espacio público y relegarlas al ámbito familiar y a la sumisión ejercida por los hombres. Estas acciones están encontrando la reacción de los movimientos sociales en defensa de los derechos de las mujeres en Afganistán, ubicados principalmente en las grandes ciudades del país, pero no tienen el apoyo suficiente para defender su causa, que no es otra que la de conseguir los mismos derechos y libertades que los hombres. Ante este escenario, las mujeres afganas se encuentran en una situación de absoluta vulnerabilidad y son víctimas, ante los ojos de la comunidad internacional, de una violación sistemática de sus derechos humanos.” Los delirios de los fundamentalistas, sin embargo, se están cumpliendo. Las mujeres afganas, las niñas, van siendo alejadas de los derechos humanos más elementales. La excusa de los talibanes refiriéndose a la “tradición afgana”, no deja de ser una burla en la que se excusan todas aquellas ideologías fundamentalistas trasnochadas y que promulgan el derecho del hombre sobre la mujer. Las mujeres afganas, después de ser silenciadas por ley, dejan poco a poco de “existir” como género en Afganistán y su lucha va quedando relegada para aquellas donde la muerte es una mejor solución que vivir así.