A veces las historias se cruzan con uno. Se balancean en las páginas de un diario y saltan para interponerse entre el Brioche y el café con leche, mientras sentado en una vieja terraza, se escucha un poco de jazz del aclamado, pero nunca del todo conocido Jhon Coleman.
Uno, ya con la edad suficiente cumplida, nunca busca nuevas historias en las primeras páginas de los diarios europeos. Estoicamente rebusca en la sección de sueltos, de pequeñas noticias y con la sabiduría que dan los años (gato viejo) se deja llevar por alguna noticia de esas de complemento que en la página 12 o más adelante, ayudan a los maquetadores de los diarios a sobrellevar el peso de la historia día tras día. Y entonces, de repente, como de soslayo se encuentra una pequeña curiosidad: en una localidad alemana una guardería había decidido quitar el nombre de Ana Frank, por otro cualquiera.
Cogí mi bolígrafo Montblanc y rodee la noticia con un círculo. Me terminé el desayuno y comencé a caminar en el otoño de hojas ocres y sabor a navidad creciente. Ya tenía historia para mi próximo artículo.

Annelies Marie Frank, conocida mundialmente como Ana Frank, nació en Fráncfort del Meno (en alemán Frankfurt am Main, aunque conocida mundialmente como Fráncfort) el 12 de junio de 1929, y murió en el mes de marzo de 1945. Ana, como la llamaré, fue una niña alemana de ascendencia judía, que nació en una época donde la intolerancia a dicho pueblo se extendió por toda Europa gracias al nazismo, una ideología maldita que sólo busca su propio beneficio. Una ideología totalitaria que pretende la aniquilación del judío y el sometimiento del resto. Algo parecido, por ejemplo a lo que ocurre con muchos ideólogos del Islam que siguen practicando el antisemitismo y lo propagan sin inmodestia.
Ana se hizo famosa a nivel mundial cuando su padre Otto Frank, publicó en neerlandés un diario titulado La casa de atrás. Conocido mundialmente y con posterioridad como El diario de Ana Frank. En dicha narración Ana escribió en formato de diario, un íntimo relato, de los dos años y medio aproximadamente, que pasó ocultándose de los nazis en la ciudad de Ámsterdam, junto a su familia y algunas personas más. Esto ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial.
Por supuesto, y debido a las delaciones de los “amables” colaboracionista (collaborateur), Ana y su familia fueron capturados, separados y llevados a diferentes campos de concentración. La niña fue enviada directamente al campo de concentración de Auschwitz el 2 de septiembre de 1944 a la edad de 14 años.

Para quienes han estado hoy día en los terrenos donde estuvo instalado aquel campo de concentración, si son sensibles, habrán notado como la tierra, el espacio donde estuvieron ubicados los barracones, las cámaras de gas o las infames fosas comunes, sobrecogen. Rebuscando en las fuentes del Museo de la Memoria de Jerusalén, un millón trescientos mil judíos fueron enviados a dicho campo, 900.000 fueron asesinados de manera directa nada más llegar. Les desvistieron, separaron sus ropas, sus botas, sus pertenencias, y desnudos les hicieron pasar famélicos, infectados de pulgas, descalzos, con la promesa de una buena ducha y una comida caliente al otro lado, a los Barracones de la Muerte. Los gasearon y, ya como despojos, todos fueron arrojados a fosas comunes o incinerados, después de hacer un repaso a sus bocas con el fin de extraerles las muelas o dientes de oro, que muchos de ellos llevaban.
De aquellos cuatrocientos mil judíos restantes, doscientos mil corrieron la misma suerte que sus compañeros con el transcurrir de los meses. Quedaron doscientos mil registrados como prisioneros o trasladados. Entre ellos Ana fue trasladada a Bergen-Belsen, un campo de la SS, en el que entre 1941 y 1945 murieron cerca de 50.000 prisioneros. El hacinamiento provocaba de manera permanente la muerte por tifus, tuberculosis, fiebres tifoideas y disentería. Ana Frank duró en aquellas durísimas condiciones, sola y abandonada a su suerte, apenas unos meses. A finales de febrero o principios de marzo de 1945, a la edad de 15 años, la encontraron en su cama muerta, vestida con harapos y en los huesos.

El único de la familia que al finalizar la guerra sobrevivió al genocidio, fue Otto Frank, el padre de Ana, quien como ya comentaba antes publicó su diario.
Aquella publicación fue un aldabonazo narrativo de los horrores vividos con antelación a la entrada de la niña en el infierno nazi. Pero que sin embargo acercó a muchos adolescentes y adultos a una memoria histórica necesaria de ser repasada con cierta asiduidad. Debido a aquella publicación, pasados unos años, en Alemania y en otros lugares del mundo, muchas escuelas, calles o plazas, fueron adoptando el nombre de Ana Frank, en memoria de aquella niña. Pero la contienda de Gaza y el antisemitismo enraizado en determinadas culturas religiosas, parece ser que comienza a hacer mella, incluso en la propia Alemania.
En aquel recorte de prensa del diario Frankfurter Allgemeine, que leía en el desayuno, me encontré el siguiente suelto del que extraigo unas notas: La directora de una guardería, Linda Schicho, reconoce que han tenido que cambiar el nombre del centro, que se llamaba ANA FRANK, porque la ascendencia musulmana de la gran mayoría de los padres, así lo estaban pidiendo. Para ellos, según sus propias palabras, les era difícil explicar a los hijos el tema del holocausto y el tema de los judíos. Preferían un nombre menos político”. Ana Frank fue tan solo una niña castigada por la intransigencia y me preocupa que en Alemania de nuevo estén haciendo un viaje hacia la intolerancia, pero en sentido inverso.

Bien, básicamente aquellos padres musulmanes, tres horas y unas 1.200 palabras después, quizá puedan leerles esta pequeña crónica a sus hijos. Y explicarles que hubo un régimen oscuro que mató millones de personas y entre ellos millones de judíos. Y quizá con cierto nivel de honestidad, que les presupongo podrían añadir que HAMAS la organización que inició el conflicto en la franja de Gaza, es terrorista y total y profundamente antisemita. Una organización que al más puro estilo nazi mantiene a hombres, mujeres y niños, algunos de ellos de pocos años, metidos en túneles en condiciones infrahumanas, provocándoles tanto terror que lo recordarán mientras vivan, tanto ellos como sus familiares.
Que será lo siguiente en la Alemania colonizada, hacer dúplex en los terrenos de cada uno de los campos de concentración para que todo quede olvidado. Esperemos que la memoria histórica de los pueblos, basada en la verdad, y no en las mentiras interesadas de quienes les dirigen, pueda permanecer intacta.