La vida es un viaje que para Chicho comenzó el 4 de julio de 1935 en Montevideo, Uruguay y culminó el 7 de junio de 2019 en Madrid. Aquel día, después de una larga enfermedad que le postró en una silla de ruedas, y de acabar en el lecho de una cama de hospital, donde entró ese mismo días por un fuerte dolor abdominal, Paloma, su secretaria personal, se acercó hasta él y le susurró en el oído: Chicho, déjalo ya. Y él, que siempre le hizo caso cerró los ojos y se dejó ir.
Sus padres fueron Narciso Ibáñez Menta, actor y Pepita Serrano, actriz. Su principal pasión de joven, fue sin duda la lectura. Sufrió una enfermedad de niño y ello ayudó a forjar su carácter. Fue marino mercante, camarero, fotógrafo y presentador de un night club en El Cairo. Pero sin duda viajar en 1947, con doce años a España, más concretamente a Barcelona con la compañía de teatro de su madre, Pepita Serrano, a la que siempre le unió un profundo afecto, le marcó en lo que después sería su verdadera vocación. En esta ciudad y con una juventud envidiable monta la obra de teatro El zoo de cristal, del afamado Tennessee Williams.
Unos años después, concretamente en 1957, contando apenas veintidós años, viaja hasta Argentina donde comienza una carrera de éxitos junto a su padre Narciso Ibáñez Menta, quien, aunque nacido en Sama de Langreo (Asturias) el 25 de agosto de 1912, es quien le inculca el amor por el cine de terror. Narciso (a partir de ahora el padre) con 45 años y Chicho con 22 comienzan a trabajar en un sinfín de proyectos, entre los que destacaré aquellos que tienen que ver con la temática de terror, que en aquellos provocaba una enorme fascinación, quizá por los dos conflictos mundiales vividos y los horrores de la guerra. Muchos creadores necesitaban sacar todos los demonios guardados en el inconsciente con el propósito de exorcizar la guerra fría y que el mundo no acabase como los páramos surgidos de las mentes prodigiosas de la época.
Narciso y Chicho no fueron ajenos a todo aquello. Quizá cabría destacar que Narciso padre, fue siempre un enamorado de Lord Chaney, conocido en la época como el hombre de las mil caras. Sin duda su nombre les sonará a todos los amantes del cine mudo que amen las historias de seres deformes, personajes torturados y grotescos que también interpretaba este actor, nacido en 1883 y fallecido con apenas 47 años en 1930. Su especialidad, cuando la expresividad del cine tenía que ver con la gestualidad, el plano y la expresión corporal, fue saber maquillarse. De él, Narciso, el padre de Chicho, aprendió todas las técnicas que pudo en el campo de la caracterización, siendo considerado por los expertos y los críticos como, posiblemente uno de los últimos actores capaces de dominar a fondo este método.
Dentro del campo que nos ocupa y después de una exitosa carrera teatral y fílmica, se adentró, todavía en Argentina, ya con Chicho cerca, en una historiografía cinematográfica en el campo del cine de terror nada desdeñable: Novelas de terror, Arsenio Lupin, El fantasma de la Opera, El muñeco maldito, Sátiro, El monstruo no ha muerto, Hay que matar a Drácula, El hombre que volvió de la muerte, El pulpo negro y Herederos del poder.
Después de estar seis años con su padre y ya con 28 cumplidos Chicho vuelve a España, en 1963 y enseguida comienza a revolucionar desde Televisión Española, el panorama audiovisual. Teniendo en cuenta que venía de una Argentina donde con su padre había estado viviendo en el centro de un mundo de creación filmográfica vinculada al mundo del terror, su primer gran éxito es: Historias para no dormir, en 1967. Con Narciso ya en España y como actor, Chicho lo dirige en varias propuestas relacionadas con la serie antes mencionada, siendo recordadas sus apoteósicas interpretaciones en El último reloj, el asfalto, N.N.23, y también en Historias de la frivolidad (1968), una serie que trataba de transmitir ese eterno combate entre la censura y el erotismo a lo largo de la historia. Tanto esta última serie como Historias para no dormir, han sido sin duda largamente premiadas a lo largo de los años, no sólo en España, sino también a nivel internacional.
En 2006 Chicho, ya postrado en una silla de ruedas, intenta crear una serie para televisión titulada Películas para no dormir, pero que pasan con más pena que gloria, a pesar de su magistral trabajo. Sin duda como referencia audiovisual en el mundo del cortometraje de terror, siempre sería de visionado obligatorio su trabajo en Historias para no dormir. El terror psicológico huyendo de matices. Dicha serie que se merecería ella sola un libro y de los gordos, estuvo en pantalla tres temporadas, 1966, 1967-68 y 1984. Fueron historias experimentales de bajo presupuesto pero que contaron con interpretaciones magistrales de actores y actrices de reconocido prestigio, tales como: Irene Gutiérrez Caba, Manuel Galiana, Fedra Lorente, Marisol Ayuso, Lola Herrera, Concha Cuetos, Gemma Cuervo, Carlos Larrañaga, o el propio Narciso Ibáñez Menta ya mencionado y que participaba en muchos de los capítulos.
Para esta serie adaptó relatos de Ray Bradbury o de Edgar Allan Poe, creando además un seudónimo propio, Luis Peñafiel, que utilizó para no repetirse de manera insaciable. También colaboraron con el Mingote, Waldo de los Ríos, entre otros muchos. Cuando la puerta, en la entradilla, se abría, el título del programa se asomaba gélido sobre fondo blanco, y un grito desgarrador nos hacía sentir que esa noche no podríamos dormir, seguramente, de manera normal. La realización de aquellos episodios era lenta, de planos trabajados y precisos, quizá con un ritmo que a muchos hoy día les resultaría tedioso, pero que ya a mediados de los sesenta impactaba, quizá por reflejar claramente una sociedad que, si bien tecnológicamente está muy adelantada, en lo tocante a la ética o la moral sigue viviendo en aquella época o ha empeorado.
Chicho realizó para televisión, de una manera cronológica, aproximadamente los siguientes trabajos: Mañana puede ser verdad (1962), Estudio 3 (1963 y ss)), Historias para no dormir (1966 y ss), Historias de la frivolidad (1968), Un, dos, tres, (1972 y ss), El Televisor (1974), Waku Waku (1989), Hablemos de sexo (1990), Luz Roja (1994), El semáforo (1995), Jimanji Kanana (2003), Películas para no dormir (2006) y Memoria de Elefante (2007).
Personalmente tuve la suerte de trabajar con Chicho en, quizá el único proyecto, que se asomaba a la realidad social más dura de cuantos realizó, me refiero a Luz Roja. Un programa realizado en plató magistralmente por él, con Elena Ochoa como presentadora, hoy Lady Foster y en mi caso como realizador de exteriores. Nos acercamos hasta lo más oscuro de la sociedad de una forma que ningún otro formato ha vuelto a hacerlo hasta la fecha. Quizá porque contamos con medios técnicos y humanos fuera de toda duda y presupuesto. Nos adentramos en el mundo del abandono a ancianos, en el mundo de la droga, la prostitución, la depresión, el ocultismo, la violencia doméstica, el maltrato a los niños, pero sobre todo nos adentramos en la parte más oscura de la sociedad, hasta morir de éxito. Aquel proyecto se acabó con una audiencia cercana a las cinco millones de tele espectadores, algo impensable para la época ya. Sin embargo fue uno de esos proyectos que a Chicho le dio miedo, la realidad lo supero, la realidad superó con creces sus más oscuras historias para no dormir. Todavía le recuerdo en una entrevista en TVE con una cinta grabada por mí, en una noche oscura de Madrid, a una heroinómana, custodiado por miembros de la policía nacional de la época, donde conseguí unos planos espectaculares que helaban la sangre sobre la decadencia hasta donde te puede conducir la heroína. Se negó a ponerlos en pantalla, apenas unos segundos pixelados, formaron parte de la escaleta de aquel programa. Desde aquel día siempre nos miramos de reojo, incluso cuando me hizo realizar alguna incursión en el mundo del sadomasoquismo o de la prostitución callejera. Sin embargo debo reconocer que me dejó hacer y deshacer a mi antojo y eso viniendo de él, y en aquella época fue toda una lección magistral, una master class por la que además cobraba. Fue todo un lujo compartir un tiempo de mi trayectoria en un proyecto tan trepidante como aquel.
Pero además Chicho está considerado como un maestro del cine de terror, aunque sólo hizo dos películas para la pantalla grande: La residencia (1969), y ¿Quién puede matar a un niño? (1976).
Muchos de los trabajos de Chicho para la pequeña pantalla tenían un formato de largo, por encima de los noventa minutos, lo que los convertían en verdaderas obras de arte de la cinematografía española de los sesenta. La Residencia iba a ser un capítulo más de una de sus series, pero la productora Anabel Film, decidió que Chicho, quien ya era tremendamente popular en nuestro país, debía dar el salto a la gran pantalla. Después de pensarlo mucho, cogió un relato corto de Juan Tébar, quien había colaborado como guionista y ayudante de dirección en HPND, y lo convirtió, bajo el seudónimo de Luis Peñafiel, en una producción cinematográfica, al decir de muchos, de terror clásico. Quizá al margen de un elenco de actores y actrices internacionales, el éxito de este largo fue sin duda, el edificio, la residencia donde se rodó la serie, un lugar claustrofóbico que ocasionó innumerables problemas.
Pero sin duda el colofón a su carrera como realizador fue sin duda la segunda de las películas ¿Quién puede matar a un niño?, que rodada en 1976 se convirtió en un referente del cine de terror nada más asomar a la gran pantalla.
Tom y Evelyn llegaron a España para pasar unas vacaciones en una curiosa isla, pero cuando se encontraron allí, descubrieron que en ella sólo había niños, pero aquellos niños no eran inocentes, sino más bien todo lo contrario. En 1976 cuando España intentaba salir de su etapa oscura, nos encontramos con un Narciso Ibáñez Serrador en estado puro que cogiendo un relato de Juan José Plans, El juego de los niños, lo convierte en una aterradora obra maestra, que a pesar de la distancia tendría muy poco que envidiar o más bien nada, por ejemplo a Los chicos del maíz de S. King y otras del género.
Chicho murió con 83 años. Pero su obra vive tranquilamente entre los recovecos de quienes amamos el cine de terror o la fuente inagotable de la que beben los genios. En mi caso tuve la suerte de trabajar con él y la desgracia de no haber seguido haciéndolo, quizá nos faltaron proyectos ilusionantes para ambos o quizá sencillamente tuvo que ser así. La verdad es que todavía lo recuerdo sentados ambos frente a una mesa de edición en TVE, dialogando sobre el plano a incluir en alguno de los últimos VTR que realizamos juntos.
© Gabriel Carrión 21-7-2022