Por sexto día consecutivo, se rezó el Santo Rosario por Francisco en el interior de la Basílica de San Pedro. El momento de recogimiento fue guiado por el prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales: la Virgen María brilla en nuestro camino como signo de consuelo y de segura esperanza.
Edoardo Giribaldi – Ciudad del Vaticano
«Queridos hermanos y hermanas, ¡siento que estén bajo la lluvia! Pero estoy con ustedes, por aquí… ¡Son valientes! ¡Gracias!» Parecen casi resonar, entre las columnas del Bernini, amplificadas como un canto de gratitud, las palabras del Papa Francisco dirigidas a lo largo de los años a los fieles que, desafiando el cielo plomizo, acudían a la plaza de San Pedro para el rezo del Ángelus dominical. Ni siquiera el 1 de marzo, la ligera lluvia que empapa Roma les ha detenido en su camino. Con los paraguas abiertos como flores bajo un cielo invernal, se refugiaron en la Basílica Vaticana para unirse al rezo del Rosario por la salud de Francisco, presidido por el cardenal Claudio Gugerotti, Prefecto del Dicasterio para las Iglesias Orientales.
María, «consuelo» y «segura Esperanza »
En el silencio solemne intercalado por las armonías de la Schola Cantorum, el cardenal eleva su invitación: «Con la mirada fija en Jesús, también esta tarde nos encomendamos a Aquella que es la “Madre de la Iglesia” y nuestra Madre, en oración por la salud del Santo Padre Francisco». La devoción es legible en los ojos de los cardenales, sacerdotes, monjas, jóvenes fieles y otros presentes en la Basílica. Algunos hace tiempo que han tomado asiento, otros se apresuran a unirse mientras la oración ya ha comenzado. Las miradas se posan en el icono de la Virgen María, adornado con flores blancas, «que brilla en nuestro camino como signo de consuelo y esperanza segura».
Las reflexiones de Francisco sobre la alegría
Las coronas de madera y plata -en una se puede ver un pequeño crucifijo de colores- cuelgan de las manos unidas en oración de los fieles. Las decenas de Avemarías, introducidas por el Padre Nuestro y pasajes del Evangelio de Lucas, recorren los momentos gozosos incrustados en la historia de la salvación como cuentas del Rosario. Para cada misterio, el Papa ha ofrecido elementos de reflexión a lo largo de su pontificado. El anuncio del ángel Gabriel se convierte en «la fiesta del sí», tan ardiente como el de María. Su «prisa» por llegar a Isabel recuerda a la de quien, llena de «gracia», no puede callar de alegría. El nacimiento de Jesús ilumina la noche de la humanidad, una promesa de «esperanza» que «no defrauda». Luego, la presentación en el templo, que es luz: «¡Cuánta falta nos hace, también hoy, la luz, esta luz!». La misma que brilla en el último misterio, cuando el joven Jesús se encuentra entre los doctores del Templo. Estupor. Maravilla. He aquí el signo de una fe siempre viva.
Sostener la «debilidad» humana
Al final de la letanía, con las palabras del Oremus pro Pontefice, la oración se convierte en un don para el Papa y para cada alma que sufre. Una ayuda vital, como recita la oración final, capaz de sostener «nuestra “debilidad” humana».
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