“Juan José entró en la habitación y los hombres cerraron la puerta con llave tras él. Ya no le permitieron salir hasta una semana después tras un duro proceso de desprogramación”
La desprogramación es sencillamente la acción de desprogramar, como su propio nombre indica. En la actualidad se ha asentado en la sociedad mundial el concepto de Desprogramación biológica. Según algunas webs y especialistas consultados para este artículo, la definición actual de esta terapia sería la siguiente: La desprogramación biológica es una técnica que parte de la creencia de que los conflictos emocionales y las experiencias traumáticas pueden manifestarse como enfermedades o desequilibrios físicos. Al resolver estos conflictos internos, se puede mejorar la salud general del individuo.
Esta forma de terapia se basa en la teoría de que cada célula en nuestro cuerpo tiene una memoria celular, que almacena emociones y experiencias. Cuando esta memoria se desprograma, es posible eliminar los bloqueos emocionales y las barreras que pueden causar problemas de salud.
A lo largo de nuestra vida, estas experiencias pueden desencadenar patrones de conducta y de reacción en nosotros, influyendo en nuestro comportamiento y malestar físico. La desprogramación biológica nos ayuda a descodificar este código biológico para entender la razón de nuestras enfermedades y encontrar la solución biológica. (1)
Dicha fórmula de curación espiritual es utilizada cada vez más por algunos especialistas en psicología, del psicoanálisis y por parte de grupos religiosos, filosóficos o naturalistas con el fin de facilitar al individuo herramientas para que de manera libre éste pueda ejercer su derecho a curarse así mismo, con la supervisión de otros si así lo deseare. Hasta aquí nada que objetar, salvo por algunos psiquiatras, religiosos radicales y entidades pseudo científicas, a las cuales los hombres libres les molestan.
Sin embargo, para llegar hasta estos años donde parece ser que el individuo comienza a ser respetado por pertenecer a un colectivo religioso concreto, por tener ideas divergentes o sencillamente por sus inclinaciones sexuales o de género, ha existido un extenso camino que aún hoy perdura, donde todavía se alzan voces que tratan seguir manipulando a la sociedad con el miedo al siempre desconocido mundo de las sectas o de los nuevos movimientos religiosos. Generando confusión con la absoluta participación de determinados medios de comunicación interesados en hacer ruido con titulares absurdos, como por ejemplo el de la mal llamada secta de la Ayahuasca, entre otras muchas.
La secta de los Desprogramadores.
Para entender lo que sigue, debemos situarnos en el periodo que va de 1970 hasta prácticamente 2010, teniendo en cuenta que ese flujo de información permanente ha calado en la sociedad y sus esténtores y ruidosas algaradas todavía llegan hasta nuestros días.
El fenómeno social que supuso la proliferación indiscriminada de movimientos religiosos mal llamados sectas destructivas, provoco un movimiento paralelo de presuntos especialistas dedicados profesionalmente a desprogramar las mentes de los sujetos considerados sectarios, para modificar su conducta y cambiar sus ideas por las comúnmente aceptadas por la mayoría. Las actividades de dichos profesionales siempre fue objeto de escándalos en muchos países, siendo acusados, a su vez de formar parte de un movimiento totalitario extendido por gran parte del mundo y conocido como la secta de los Desprogramadores.
El caso de Juan José y la comunidad de Samael
El nombre de Juan José es ficticio, aunque no así su caso. Juan José era agnóstico, y tenía 18 años cuando sucedieron los hechos. Criado en la más estricta ortodoxia católica, sus convicciones acabaron dando un giro hacia otras más interesantes, según su criterio, y más esotéricas. A los 16 años, dos años antes, él, había decidido interesarse en un centro gnóstico denominado C.A.R.F. (Ciencia, Arte, Religión y Filosofía) para seguir profundizando en las enseñanzas del maestro encarnado, según las creencias del grupo, Samael Aun Wor.
Un día, ya cumplidos los 18 años y por lo tanto mayor de edad, recordaba, cuando lo contó, que era la primera vez en tres años que no discutía con su padre, quien aun no aprobando su pertenencia a la comunidad de Samael, había decidido aceptar su punto de vista. Aquella misma mañana, muy temprano, su padre le había pedido que lo acompañase hasta una ciudad alejada de su residencia para visitar a su abuela que estaba a punto de morir, y aunque apenas se hablaban, salvo para discutir de religión, él, decidió aceptar. Unos cuantos kilómetros después pararon a comer en un motel de carretera. Casi al finalizar la comida, su padre le comentó que se encontraba cansado y que iba a pedir una habitación con el propósito de descansar y también de telefonear a la casa donde se encontraba su abuela.
Cuando llegaron a la puerta de la habitación, su padre entró el primero, pero nada más entrar él, se dio cuenta de que en la habitación se encontraban dos hombres a los cuales no conocía. Estos lo sujetaron fuertemente y consiguieron reducirlo sin problemas, debido a que le inyectaron algún tipo de sedante. Cuando se recuperó, se encontró atado en una silla, semi paralizado y con la imposibilidad de poder salir con libertad. Su padre había desaparecido. Ya no se encontraba en la habitación.
Juan José no pudo salir por su propio pie de la habitación hasta una semana después, cuando aquellos dos hombres se lo permitieron.
A lo largo de la semana comprendió que estaba siendo sometido a un duro proceso de desprogramación “sectaria” por parte de aquellas personas, con el consentimiento de su padre.
Al final, después de pasar hambre, sed y frío, comprendió que si no accedía a modificar su criterio (su creencia) sobre la organización religiosa a la que pertenecía, abdicar de la misma y abrazar, en ese caso la religión verdadera, la de su padre, la de la sociedad donde vivía, seguiría sufriendo una tortura psicológica desproporcionada e ilegal.
Con posterioridad Juan José supo que aquellos dos hombres eran psicólogos expertos en desprogramación, llegados desde los Estados Unidos a su país, por petición de su padre y por mediación de una organización anti sectas.
La historia descrita sucedió en España y no pertenece al guion de una película de suspense. Se trata de una persona real, y su realidad fue, en las alejadas décadas de finales del siglo pasado, una constante para muchas de dichas personas. La presunta lucha contra la mal llamada programación psíquica de las nuevas ideologías provenientes de Oriente u Occidente, hoy comúnmente aceptadas, aunque no por todos, posibilitó la existencia de “profesionales” en psiquiatría o psicología, que se erigieron como expertos en desprogramar el cerebro del sectario, tan solo para volver a programarlos “como Dios manda”.
En nuestros días, todavía siguen existiendo, y cuando se menciona algún caso en los medios de comunicación nacionales siguen apareciendo psicólogos o psiquiatras del tres al cuarto, afirmando que lo que el sujeto necesita (él o ella) es una desprogramación en toda regla. Sin investigar y verificar las causas por las cuales las personas modifican sus creencias o se arriesgan a ser engañadas.
Muchos de los actuales protagonistas de tertulias pertenecientes al estamento médico o religioso siguen, cuando salen en pantalla, haciendo poca autocrítica y nula contrición por los pecados cometidos por sus homónimos en el pasado. Muchos de aquellos Desprogramadores acabaron con sus huesos en la cárcel, sobre todo por sus actos contra la persona, por las torturas, por el secuestro, no por haber intentado modificar las ideas o los pensamientos de los sujetos a los que habían secuestrado.
Esta es una primera aproximación al lamentable y falso “mundo de las sectas” del que tanto se sigue hablando. Sólo los países con tintes totalitarios no respetan uno de los derechos humanos más inalienables que tienen sus ciudadanos, que es el derecho a pensar libremente en lo que consideren, siempre que no intenten imponerlo por la fuerza. Aunque cada día más, estados, organizaciones políticas y pseudo religiosas se van acercando a un comportamiento sectario que los aleja de sus propios fines, para convertirles en una secta al servicio de un líder que por ansias de poder está dispuesto a mentir y controlar la realidad de quienes le siguen con un único fin: controlar la sociedad que gobiernan. Dicho proceso es una desprogramación-programación a lo grande, con fines totalitarios, al igual que los conocidos movimientos terroristas. Al igual que la violencia de género tiene un maltrato físico y uno psicológico, esta técnica de manipulación de un estado, a través del terrorismo psicológico es ciertamente una línea permanente de manipulación social.
- https://www.aprendemus.com/blog/desprogramacion-biologica-que-es/