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sábado, noviembre 16, 2024
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El desayuno en tiempos de pandemia

por Gabriel Carrión López

Lo mejor: desayunar en casa. Pero si uno desayuna fuera en tiempos de virus, prudencia. La mente nos puede jugar pésimas pasadas y «darnos el día».

Hoy, sin ir más lejos, estuve desayunando en una cafetería donde no suelo ir de manera asidua. Mis desayunos, por el lugar donde resido de manera habitual, son frente al bar en un garito de playa, donde ya han comentado que «invirnearán» un poco, para deleite de algunos. Cierto es, que el lugar no es perfecto, pero es ventilado y en general, salvo la mesa de siempre, la gente que acude se comporta: lleva su mascarilla, no fuma en las mesas y suele mantener un cierto tono en las voces de sus conversaciones.

Pero hoy está de limpieza y, claro, he acudido a otra cafetería, algo más urbana y falta de expectativas higiénicas. Más una vez sentados ¿quien se va?. Pedí lo de siempre, media tostada poco torrada con aceite de oliva, y un descafeinado con leche de máquina con sacarina. Sencillo. Normalmente me hubiera desplazado a una cafetería algo más lejana, pero tengo invitados en el estudio, que me constan que a esas horas andarían dormidos. Anoche se acostaron tarde viendo la isla de las tentaciones, un programa de la cadena enemiga de todas que suele ser bien vista por sus sesudos y objetivos programas.

Me sirvieron el café y la media tostada sin relativas garantías higiénicas, sobre todo cuando vi el lavabo lleno de platos y tazas. Comencé a sentir miedo. Debo decir que soy un borrego y por lo tanto digno hijo del miedo que durante meses me han ido metiendo en el cuerpo periodistas, políticos y sabidos desconocidos cuyo único vocablo para hacer valer lo que dicen es: Somos la ciencia. De acojonar, insisto. Aunque lo peor llegó cuando fui a ponerle aceite.

¡¡¡¡¡¡¡ NO TENÏAN DOSIS INDIVIDUALES!!!!!! eran las botellas de siempre, aquellas que cogíamos todos con los dedos, abríamos el tapón con los dedos y nos servíamos aceite a escote en el pan. Un señor amable me pasó la botella, por el cuerpo me recorrió un escalofrío, ¿se habría desinfectado las manos? ¿lo habría hecho su señora? ¿con quién cenaría anoche? Atroz.

La botella se puede rellenar por lo que no hago responsable a la marca de la falta de medidas higiénicas de la cafetería. Ahora bien cambiar la botella que al menos no parezca que tomamos aceite caducado.

Con cierto reparo (asco) me eché el aceite. Una dosis generosa. Me dispuse a comer, levanté la vista y los vi, todos ellos me miraban. Uno tenía la mascarilla por debajo de la nariz, un poco más lejos, otro había enterrado directamente para pegar la cara a la vitrina de las magdalenas y estaba allí deleitándose, ¡¡¡sin mascarilla!!!. Pero lo peor estaba por llegar cuando vi la fecha de caducidad del aceite estampada en la botella, había caducado hacía cuatro meses. Las botellas se podían rellenar pensé. Y entonces me acordé del aceite de Colza. Pero eso ya es otra historia.

Me levanté, pagué el desayuno dejado a medias y me vine al calor de mi casa, y aquí estoy acurrucado en la habitación de arriba, soplando un magnífico café en la taza desinfectada y tomando una media tostada con aceite, que gusto ¿Por qué narices no desayuné en cada todos los días?

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